Aritmética del estado mundial

Las efectos de las nuevas tecnologías me dan vértigo: algunos columbran el nacimiento de un estado mundial a través de la democracia electrónica; otros vaticinan el nacimiento de la soberanía individual, con declaración de independencia personal y todo. A lo mejor lo del Estado Mundial es un problema aritmético.

Platón pensaba que un auténtico Estado difícilmente podría ser mayor que el número de individuos que pueden conocerse personalmente entre ellos. Hasta precisó en Las Leyes (737e ss.) el tamaño de la ciudad-estado ideal: 5.040 ciudadanos agricultores, más sus familias y esclavos, y algunos extranjeros más.

Aristóteles, más cauto, afirma en su Política (1326bII):

Para tomar decisiones en asuntos de justicia y para el propósito de distribuir los cargos con arreglo a los méritos es necesario que los ciudadanos se conozcan entre ellos y que sepan qué tipo de personas son.

¿A cuántas personas podemos conocer personalmente?

Michael Dertouzos ha hecho ese cálculo: en un pueblo, andando, se podría conocer a doscientas personas; el automóvil multiplica esa cifra por un factor de mil. Actualmente, las redes de información la multiplican otra vez por mil, acercándose a unos doscientos millones.

Si alcanzamos cierta edad, habremos estado despiertos aproximadamente medio millón de horas. Si nuestro mundo de interacción lo situamos a escala de pueblo, cada miembro del mismo consigue, de media, unas doscientas horas de nuestro tiempo. A escala de automóvil la cifra desciende a dos horas cada uno y a escala de red informática global, se reduce a menos de diez segundos.

Siendo nuestra capacidad de atención tan escasa, ¿seguro que podríamos decidir sobre los asuntos complejos de ese estado futuro mundial?