Burke, lo sublime y yo

Hoy, por fin, llegué al faro de Kallur, en Trøllanes, Kalsoy, aunque llevo visitándolo imaginariamente desde hace meses, desde que empecé a ver fotografías de ese sitio. Hemos llegado al ferry en Klaksvík por los pelos, muy contentos, y atravesado en el coche túneles oscuros y de una sola dirección, muy feroeses. Desde el pueblo de Trøllanes no hay un camino señalizado hacia el faro, pero lo mejor es tratar de seguir alguno de los senderos que han ido creando las ovejas y tomar como referencia sus refugios de piedra. Eso y tener la ruta convenientemente guardada en el reloj.

Mientras subíamos hemos ido disfrutando de las vistas de las islas de Kunoy y Viðoy en la distancia, con la incredulidad a la que nos estamos acostumbrando. Al alcanzar el faro, nos hemos quedado un rato observando los promontorios, oyendo el griterío de las aves marinas, sintiendo el viento cada vez más fuerte, y lo suficientemente cerca de los acantilados para insinuar a la imaginación la posibilidad de una caída: un momento sublime.

Edmund Burke publicó en 1757 un ensayo titulado Indagación filosófica sobre el origen de las ideas acerca de lo sublime y lo bello; en él contraponía la belleza, que era inspirada por lo visualmente regular, ordenado y proporcionado, a lo sublime, que se experimenta ante las cosas desmesuradas que infunden una mezcla de placer y miedo.

Yo no pensaba en Burke en ese momento, sólo me preocupaba que debía pasar por un sendero bastante estrecho para sacar la foto del faro. Cuando empecé a bajar me di cuenta de que estaba muy, muy resbaladizo. Con mucho cuidado fui llegando hasta lugar seguro e hice la foto. Bien.

Al volver, no sé muy bien cómo, resbalé: me quedé sentado de culo, con cada pierna a un lado de la ladera, con las manos agarradas a la hierba húmeda y mirando con vértigo hacia el mar, cientos de metros más abajo. Una postura poco digna y que no tiene nada de sublime, la verdad. Me di cuenta de que tenía mi mano izquierda llena de mierda de oveja. Sí, lo que parece arriesgado para el turista accidental, es una tontería para una oveja feroesa.