Estoy leyendo Moby Dick, en una bonita edición en la que destacan los grabados de Rockwell Kent, ilustrador, pescador de langostas, peón, carpintero, farero, diseñador gráfico, marinero, agricultor y viajero norteamericano; se desenvolvió igual de bien en las tierras salvajes de Alaska y Groenlandia —donde naufragó y fue rescatado por esquimales— que en los círculos elegantes de Nueva York con sus ilustraciones para libros con dramáticos contrastes de blanco y negro. Irritado con el Comité de Actividades Antiamericanas, donó muchas obras a la Rusia Soviética y hasta recibió un Premio Lenin de Paz en Moscú en 1967, por su «compromiso antifascista». Todo un temperamento.
Así lo describen:
Egotistical socialist, cosmopolitan isolationist, patriotic globalist, home-loving adventurer, Christian nature-worshipper, avant-garde antimodernist, philandering family man, “deeply misanthropic” humanitarian, democratic individualist, ecstatic engineer, bon vivant laborer—in many ways he was a painterly equivalent of the resistance poet Robinson Jeffers.