Los baños de Apolo

Ya he vuelto de mis —semi— vacaciones muy, muy contento. Estoy descansado, tengo buen color y los brazos con calcomaní­as; he disfrutado de las cosas tranquilas: creo haber estado cerca de la felicidad con mi baño diario en el agua frí­a de nuestra desierta playa secreta, con los últimos rayos del dí­a filtrándose entre los árboles, mientras me imagino que rezo agradeciendo a los Inmortales los riquí­simos dones —estuve leyendo a Pí­ndaro y Margó me espera contenta en la orilla para secarme con una toalla azul y marrón. Los baños de Apolo, como todos empezaron a llamarlos: «Juanjo, ¿no vas hoy a los baños de Apolo?»

Arriba, Álex —¿o es Anxo?— burlándose de mis fantasí­as helénicas.