Llevo vagueando desde que se supone que oficialmente acabaron mis vacaciones, tirado indolente en el sofá viendo más y más pruebas olímpicas y con mi mala conciencia gritándome la lista de tareas pendientes. Ahora que los Juegos terminaron ya no hay más excusa; los doy por concluidos —ojo al gráfico del medallero del New York Times— con estos versos de Píndaro y las fotografías de Visions of China (la de arriba, de Donald Miralle.
«Más si alguien logrando la cima de algo y en paz administrándola, al orgullo terrible escapó, a la frontera más bella de la negra muerte camina, dejando a su dulcísimo linaje el gozo de un buen nombre, el mejor de los tesoros.» Píticas XI
Según leo en la Introducción de la edición de Gredos que tengo, además del gozo de un buen nombre, los vencedores recibían una corona de olivo en Olimpia —del olivo que plantara Hércules— y que podía cortar o bien un sacerdote con tijeras de oro o bien un niño cuyos padres viviesen. En los Juegos Píticos, la corona era de laurel; de apio en los Nemeos y de pino en los Ístmicos. No está mal.