Ayer no conseguí concentrarme en el trabajo y pasé el día ocioso —tengo que evitar las negaciones, ocioso es mejor que indolente — saboreando la caja promocional de GardaPat 13, leyendo a ratos Gilles, una novela de Pierre Drieu La Rochelle y esperando para ver el último episodio de Perdidos.
Ayer, al acabar el episodio, casi sufro un ataque histérico; hace tiempo que no estoy tan enganchado con algo de la tele: llevamos semanas elaborando teorías sobre los misterios de la isla, —cómo la del mapinguari de la ilustración de arriba—, encontrando conexiones absurdas e investigando pistas ridículas. He grabado un cd con la música que escucha Hugo en su walkman y la escucho por las mañanas en el desayuno; he leído y releído el cómic de Walt; hasta he vuelto a leer El señor de las Moscas.