Ayer leí una anotación de un diseñador rumano, Cristian KIT Paul, que considera comunismo y diseño conceptos antagónicos. No lo veo así, puedo encontrar en la Unión Soviética la misma fe —ingenua— que anima a un diseñador a intentar solucionar un problema; el «diseño» nace genéricamente como negación de un estado que se intenta modificar.
Un ejemplo: la racionalidad comunista indicaba que la competencia entre productos acarreaba un despilfarro de los recursos. ¿Por qué gastar dinero para desarrollar y anunciar productos similares? Por tanto, un par de botas, una mesa, una lámpara o una lata de sardinas debían tener el mismo tamaño y envoltorio en cualquier lugar de la Unión Soviética. Esa homogeneización del diseño gráfico de los productos soviéticos respondía al objetivo del gobierno soviético en tiempos de la NEP (Nueva Política Económica) de alcanzar la uniformidad. ¿Aburrido, equivocado, terrible? Puede. ¿Coherente con sus propósitos? Sí.
La fotografía de arriba forma parte de una galería de diseño industrial de la RDA. Puede servir para valorar la opinión de Cristian Paul de que el diseño de objetos de uso cotidiano en los países comunistas era de baja calidad porque los comunistas no les prestaban atención por carecer de contenido ideológico. No, todo diseño es político; cuando se encarga un diseño, su objetivo es transmitir el mensaje —y la visión del mundo— de quien lo ha encargado (ya sea Stalin o Ikea).